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Uno de los mejores talentos de Ockeghem para la música es palpable y le hace ser uno de los más grandes compositores de la historia de la música, es su habilidad para usar los más enrevesados recursos técnicos en sus composiciones sin que estos nublen su belleza.


Ya que Ockeghem compuso en un estilo muy de su tiempo; las voces se mueven con muchísima independencia y siempre en un sentido horizontal, pero sin un predominio del cantus (la parte más aguda).


Debido a la presencia de un «cantus firmus» (por ejemplo la melodía de una determinada chanson) aparece generalmente en el tenor, y no condiciona el desarrollo de las otras voces, sino que sólo sirve de excusa para marcar un determinado ambiente tonal.





Puesto que la música sacra de Ockeghem ilustra fielmente las concepciones teológicas del momento que le tocó vivir y refleja con un gran apasionamiento los dogmas de fe que representa el texto en cada momento.


Ockeghem fue un genio de la matemática, incluso más genial que Bach a la hora de conseguir rizar el rizo.


Ya que su dominio de los cánones en diferentes intervalos y su uso de las prolaciones y del «cantus firmus» ha eclipsado durante décadas lo hermoso de su música.


Como por ejemplo, en su Missa Prolationum sólo aparecen escritas dos voces, con instrucciones para que se canten cánones en diferentes intervalos y tiempos (prolaciones) para conseguir la obra a cuatro voces que es en sí esta misa.


Debido a esto Ockeghem suele aparecer simplemente como un compositor muy habilidoso, pero no debemos dejar que nuestra obsesión por descubrir tal canon o por intuir aquel «cantus firmus» nos impidan disfrutar de la música.


Edward Wickham dijo recientemente que el conocimiento de la habilidad técnica de Ockeghem no hace que descubramos la belleza de su música, sino sólo que la admiremos más.

Pero en el año 1988 se conmemoró el quinto centenario de la muerte de Johannes Ockeghem y gracias a eso se realizaron muchas grabaciones de su música.


Pero la obra mozartiana abarca todos los géneros musicales de su época y alcanza más de seiscientas creaciones, en su mayoría reconocidas como obras maestras de la música sinfónica, concertante, de cámara, para piano, operística y coral, logrando una popularidad y difusión universales.


Se dice que en su niñez más temprana en Salzburgo, Mozart mostró una capacidad prodigiosa en el dominio de instrumentos de teclado y del violín.


Mozart con tan solo cinco años ya componía obras musicales y sus interpretaciones eran del aprecio de la aristocracia y realeza europea.


Pero a los diecisiete años fue contratado como músico en la corte de Salzburgo, pero su inquietud le llevó a viajar en busca de una mejor posición, siempre componiendo de forma prolífica.


Pero durante su visita a Viena en 1781, tras ser despedido de su puesto en la corte, decidió instalarse en esta ciudad donde alcanzó la fama que mantuvo el resto de su vida, a pesar de pasar por situaciones financieras difíciles. En sus años finales, compuso muchas de sus sinfonías, conciertos y óperas más conocidas, así como su Réquiem.


Se dice que las circunstancias de su temprana muerte han sido objeto de numerosas especulaciones y elevada a la categoría de mito.


Pero en palabras de críticos de música como Nicholas Till, Mozart siempre aprendía vorazmente de otros músicos y desarrolló un esplendor y una madurez de estilo que abarcó desde la luz y la elegancia, a la oscuridad y la pasión —todo bien fundado por una visión de humanidad «redimida por el arte, perdonada y reconciliada con la naturaleza y lo absoluto»—.


Pero muy tempranamente recibió influencias de Johann Schobert pues arregló varios de los movimientos para piano de sus sonatas.


La influencia de Mozart en toda la música occidental posterior es profunda; Ludwig van Beethoven escribió sus primeras composiciones a la sombra de Mozart, de quien Joseph Haydn escribió que «la posteridad no verá tal talento otra vez en 100 años».